Contemplo la multitud de titulares y artículos sobre la decisión del COI, arcano misterioso cuajado de triperos y poder omnímodo que da y quita ilusiones, y supongo que es obligado escribir sobre esto aunque confieso que me da una pereza tremenda.
Antes de conocer el resultado, mantuve charla con mi tabernero favorito a la que se unieron otros parroquianos; lo más destacado de la conversación podría resumirse así: Con la situación económica de España, pretender organizar unos Juegos es como si me presento en el banco y solicito un crédito para comprar la casita de los Urdangarín. El director de la agencia puede sufrir un ataque de risa que le cause un trauma hipotálamico.
Dejemos de lado las anécdotas de la presentación que, seguramente, no tuvieron influencia alguna sobre una decisión que estaba ya tomada de antemano, y nos hicieron pasar un buen rato en la tarde del sábado mirando las redes sociales: Muy comentado el inglés tarzanesco de Botella y la presencia incomprensible en la delegación hispana como referente cultural de esa chica que anuncia tampones para llevar en la mano.
Tokio hará unos buenos juegos; nuestros paralímpicos volverán cargados de medallas y Madrid a limpiar las calles, a pagar las deudas y a hacer lo posible porque sus habitantes sean más felices, que para eso pagan.
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