En la prensa deportiva catalana se produce cada “x” años un curioso fenómeno. Cuando el Barça le mete al Espanyol un carro de goles, le llueven los elogios al equipo blanquiazul. “Deja jugar”, es “valiente”, “sale a por todas”, “jugó sin complejos” y otras lindezas similares. En cambio cuando consigue puntuar contra los culés se produce un hecho paranormal. Los futbolistas pericos pasan a ser “violentos”, consiguieron el buen resultado “por la pasividad del árbitro”, por “su juego subterráneo” y por “no respetar al contrario”.
Solo falta llamarles “asesinos”, “terroristas deportivos” y “gentuza”. Aunque si nos dedicáramos a explorar a todos los comentaristas existentes en el dial o en las diferentes televisiones, igual nos llevábamos la agradable sorpresa de descubrir que en esta particular colección de improperios no falta ninguno. Es una entrañable costumbre ejercida por buena parte de los que se dicen periodistas deportivos, y que supongo, para descargarles de parte de la culpa, que esta transformación es producida por el consumo de carajillos en mal estado. Si no, no me lo explico.
Por supuesto, cuando el Espanyol puntúa su afición es “racista”, “chunga”, “maleducada” y todo lo que haga falta. Porque ya se sabe que en el Camp Nou los socios barcelonistas solo recitan a Jacint Verdaguer y a Joan Maragall y tocan el arpa mientras reciben con pétalos de rosas a sus rivales, sobre todo al Real Madrid y a personajes con los que han tenido alguna polémica, como José Mourinho. Son tan ejemplares que se pasarán vídeos con los comentarios grabados en la grada del estadio culé en todas las guardarías de los cinco continentes.
Me gusta ser un “killer”, un mal tipo y un rastrero, que son las cualidades que estos días la prensa deportiva barcelonista nos atribuye a los aficionados pericos. Eso es que les hemos tocado las narices. Aunque el efecto dure solo unos días, ya vale le pena…
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