SOMOS UN REINO BANANERO

No tenemos ni un solo día de sosiego. Al juicio Millet le sucede la trama sociovergente del Pretoria y a ésta, la petición de pena para el sociata Serra y el jeta Tudó. Dos pájaros de cuenta, que se quedaron, presuntamente --¡maldita presunción de inocencia!-- con gran parte del dinero de Caixa Catalunya, ese mismo que pusimos todos y que ellos se repartieron en indemnizaciones millonarias y retiros dorados.

El descaro y la desvergüenza irrumpen en las salas de los juicios y hasta las hijas y las mujeres de los acusados se hacen una Cristina, pasando por floreros que nada conocen de lo que sus maridos y padres hacen. La mierda está en todas partes, en Kutxabank, en Bankia, en la Gürtel y, sobre todo, dentro de los partidos y sindicatos donde florecen los dirigentes pillados con las manos en la masa.

Es como si todo fuera un gigantesco lodazal del que solo se salvan los que tienen trabajo, los ninis sin futuro, las mujeres maltratadas y claro, los que han sobrepasado la barrera de los 45 y se han ido al paro indefinido.

Lo mires por donde lo mires, nada parece estar en su sitio, y aunque cueste reconocerlo, somos un Reino bananero y de los peores. Menos mal que la mayoría de la gente esta asqueada de tanta mangancia y trinque institucional y exige un cambio radical.

Un día de estos tengo la esperanza de que acabe este suplicio y podamos recuperar nuestra dignidad. No sé si todos unidos o cada uno en su casa, que eso, desgraciadamente, todavía está por definir. 

Ojalá podamos aclararlo pronto, porque ese dilema es la piedra angular de nuestro futuro inmediato, el eslabón perdido de lo que queríamos ser con la llegada de la Democracia y que la ceguera colectiva ha permitido que nos lo robaran sin saber cuándo, ni cómo. Pero ¿cómo hemos sido tan estúpidos?