jueves, 28 de marzo de 2024 15:14
Opinión

GIBRALTAR Y LA FLEMA GUERRERA

Luis Moreno
Luis Moreno

Profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos

Gibraltar


Pocos días han pasado desde la comunicación formal del Brexit. Pocos días han bastado para que se haya evidenciado la actitud de algunas autoridades británicas respecto a las negociaciones con la Unión Europea, y que deberían culminar con el abandono del Reino Unido en el plazo de dos años. Sigue dándose cuartelillo en los mentideros mediáticos a si sería mejor un Brexit 'blando' o 'duro'.


Sería deseable que todo el proceso de divorcio se realizase de común acuerdo. Las tratativas del eventual 'convenio de regulación' deberían basarse en la colaboración. Al fin y al cabo, los negociadores son representantes de pueblos europeos que comparten una misma raíz civilizatoria, y ello tendría que actuar como un freno a cualquier veleidad de confrontación inútil y lesiva para todos.


Sucede, sin embargo, que los negociadores --sobre todos de quienes están a esta orilla del Canal de La Mancha-- parecen olvidarse de la proverbial capacidad de negociación inglesa, reflejada en su determinación de pertrecharse para afrontar las últimas consecuencias, por amargas que éstas pudieran ser ('to the bitter end', o 'hasta el final amargo', es la conocida expresión en la lengua de Shakespeare).


Nos ha deslumbrado, quizá por su fulgor, la primera salva de incontinencia oratoria, protagonizada por Michael Howard. Para el hijo de refugiados rumanos de ascendencia hebrea nacido en el País de Gales, el Reino Unido podría acudir a defender la libertad de los 30.000 ‘llanitos’ (como se les conoce coloquialmente a los gibraltareños), incluso mediante la fuerza militar. Pese a su biografía personal, Howard, que anglosajonizó su apellido original rumano (Hecht), es firme partidario de las máximas restricciones a los peticionarios de asilo en suelo británico.


El propio Fabian Picardo, ministro principal de la colonia británica, reaccionó a tales declaraciones reiterando que nadie quiere oír hablar de guerra. Pero criticó también el posible comportamiento de 'matón' de España en las negociaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea. Declaraciones que mostraban implícitamente el rechazo a imposiciones españolas como sucedió con el cierre de la 'verja' en la línea fronteriza (1969-1982) durante la dictadura del General Franco. Recuérdese también que el tránsito aéreo quedó prohibido hasta 2006, al igual que las telecomunicaciones entre España y Gibraltar hasta 2007. La conexión por transbordador entre Algeciras y el Peñón solo se reabrió 2009.


El político conservador no tiene en la actualidad mayores responsabilidades políticas, aunque sigue ejerciendo su actividad parlamentaria como Baron Howard of Lympne en la Cámara de los Lores del Parlamento británico. Sí conviene recordar que durante 2 años (2003-05) fue el líder del Partido Conservador, ahora en el poder. Es decir, en aquella época era el equivalente en su partido a lo que hoy es la primera ministra, Theresa May.


Sus recientes declaraciones no deben tratarse, simplemente, como la ocurrencia de un político en los márgenes de la política británica. Sus palabras reflejan cabalmente una manera de pensar que ha sido principal responsable de que un 52% de ciudadanos británicos votasen por salirse de la Unión Europea. Los partidarios del Brexit mantienen su convencimiento de que el Reino Unido sigue siendo un ‘superpoder’ mundial y que no debe difuminarse como un miembro más dentro del club de la Unión Europea. Una autosuficiencia tal está firmemente respaldada por su capacidad armamentística nuclear y por el tradicional apoyo diplomático de los Estados Unidos de Norteamérica.


Se colige de lo anterior que Michael Howard ha ido quizá demasiado lejos al establecer un símil entre, por una parte, la Gran Bretaña de Margaret Thatcher y la Argentina del General Gualteri, y el actual Reino Unido de Theresa May y la España de Mariano Rajoy, por otro. El redactor de estas líneas desarrollaba en Escocia sus estudios de doctorado en 1982, cuando se desató la Guerra de las Malvinas, las cuales proporcionaron un extra de autoestima y popularidad al nacionalismo militante de Thatcher y sus adalides. Incluso algunos colegas académicos me inquirían, medio en broma, medio en serio, si los españoles habrían aguantado más tiempo que los hispano-parlantes argentinos en un hipotético conflicto bélico de parecidas características. Todo era fruto del desaforado jingoísmo del momento.


Es inútil entretenerse en lo inconmensurable de la comparación, por muy hipotética que pueda ser. No lo es tanto respecto a la finalidad última de la provocación y sus efectos colaterales. Pese al escozor causado en el nacionalismo español, las declaraciones de Howard deben enmarcarse en el carácter finalista de la ‘dureza’ negociadora británica con el conjunto de la UE. El carácter pragmático de la cultura relacional británica valora, por encima de cualquier otra consideración, la sintonía entre las propuestas iniciales y los resultados tangibles finales.


La flema británica puede entenderse como una pose del complejo de superioridad del Reino Unido. Se forjó en su larga hegemonía político-militar durante todo el siglo XIX, tras la batalla de Waterloo en 1815. Pero lo que conviene tener muy en cuenta ahora en cualquier negociación en la que estén involucrados los británicos es su descarnado autointerés. Frecuentemente dicho autointerés es de naturaleza parroquial y localista. Últimamente este autointerés de vuelo bajo ha recibido un impulso inesperado por parte de ambiciosos políticos conservadores tan inefables como Boris Johnson, Michael Gove o la propia Theresa May. Por contraste, ¿cuán de grande debe ser la desazón de otros políticos conservadores europeístas y cosmopolitas como Kenneth Clarke, Michael Heseltine o el ex premier John Major? Quedamos avisados: tras el cliché de la flema británica se esconde, potencialmente, un turbio reclamo guerrero de larga trayectoria.



Artículo publicado previamente en Galiciapress. 

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