Decía Hipócrates que “la salud es la mayor bendición humana”. Solo las personas que carecen de ella son conocedoras del valor que tiene y de lo poco que la han podido disfrutar hasta ese momento de carencia. Por ello, la salud es un bien que hay que cuidar; sin ella, el resto de cosas serán imposibles. La enfermedad, como la libertad, son bienes a cuidar individual y colectivamente.
Que la sanidad española es buena es cierto. Lo malo del sistema es la tardanza para acceder a ella. Las listas de espera se han ido haciendo cada vez más largas, lo que significa, en algunos casos, que la enfermedad vaya en aumento o traiga más enfermedades y, en algunos casos, desenlace fatal. Los profesionales que se dedican a cuidar, sanar y paliar las enfermedades son gente vocacional y, como en otras profesiones, los hay para todos los gustos: muy buenos, buenos, regulares y malos. Solo los profesionales de la medicina implicados son capaces de atender a los enfermos como se merecen. Lo hacen con entrega, empatía y servicio.
Llevamos días en que el foco está puesto en la sanidad andaluza por el escándalo del cribado de cáncer de mama, donde se han descubierto situaciones muy graves, con un final de muerte de pacientes. La situación es muy preocupante, sobre todo si la inversión es insuficiente para cubrir todas las necesidades: falta de recursos humanos y técnicos y, por qué no, de dirigentes que se ocupen de que el sistema funcione. Hay que poner al frente de la sanidad a personas competentes que sepan llevar el sistema a ese punto en el que se combine eficiencia y eficacia para lograr que las listas de espera dejen de ser kilométricas. Es un derecho de los ciudadanos y un deber de quienes gobiernan, con la complicidad de los profesionales.
El escándalo del cribado de cáncer de mama puede ser la punta del iceberg de la sanidad española. Unas comunidades más que otras, pero, en general, hay una sensación entre los usuarios de que el sistema necesita solucionar las listas de espera en las especialidades que más tiempo requieren, que son unas cuantas, demasiadas. “Con la salud no se juega” es un refrán popular que se utiliza con demasiada frecuencia cuando la impotencia es la única arma que les queda a los enfermos para justificar su frustración o su cabreo con el sistema y quienes lo dirigen. Son demasiados años los que los ciudadanos que necesitan atención médica están padeciendo esas carencias, a las que hay que añadir los errores médicos —que los hay en demasiadas ocasiones— y la prepotencia de algunas de las personas que deben atender a la ciudadanía, especialmente cuando, después de insistir, les dicen: “Esto es lo que hay, y yo no tengo la culpa”, para zanjar una situación que pone de los nervios a quienes reciben esa respuesta.
Mezclar la salud con la política es una mala combinación. “Con la salud no se juega”, y la política tampoco debería banalizar el problema. Utilizarlo como punta de lanza es poco ético. Tampoco lo es que quienes tienen la responsabilidad de velar por los cuidados de los enfermos se olviden de ellos, como si fueran meras pelotas de ping-pong. Las personas deberían ser la prioridad de quienes ostentan el poder.
Las especialidades que cuentan con mayor número de personas en lista de espera son: urología (cinco meses), traumatología (seis meses) y otorrinolaringología (cuatro meses). La cosa se complica en las primeras visitas, lo que significa que, si esa persona necesita ser intervenida quirúrgicamente, el proceso se alarga. En pruebas diagnósticas pueden pasar de cuatro a cinco meses. Hasta las analíticas están teniendo esperas de dos o tres meses. Las visitas a atención primaria, cada vez son más largas. Así podríamos seguir enumerando meses de espera… para desesperación de los pacientes.
La sanidad, como otras materias, ha de tener un pacto de Estado, sin anteponer los intereses de partido ni pensar en las urnas. Si no se hace, lo sucedido en Andalucía no será solo una situación aislada. Hay más, en esa y otras especialidades donde la vida corre peligro, y no se puede mirar hacia otro lado. Se echan en falta aquellos tiempos en los que los políticos pensaban más en las personas que en sus partidos. El consenso forma parte de la democracia, lo mismo que el diálogo. O se ponen de acuerdo o los ciudadanos se cansarán de determinadas formaciones y se dejarán caer en brazos de los populistas modernos y de quienes piensan y venden que cualquier tiempo pasado fue mejor. Porque, “con la salud no se juega”.
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