Estamos en tiempo de celebraciones y juicios, dos caras de la misma moneda, con desencuentros y matices. Las dos situaciones tienen defensores y detractores, como debe ser. Aunque en los casos que nos ocupan haría falta tres cosas, como mínimo: generosidad, altura de miras y comprensión. Estamos hablando de dos personas: el Rey Emérito, Juan Carlos, y Jordi Pujol, expresidente de la Generalitat de Catalunya, por situaciones diferentes, con un denominador común, que es el de la edad. Al primero le faltan dos meses para cumplir 88 años y el expresidente tiene ya 95. Dos edades complicadas en las que la salud y los problemas han hecho mella en su aspecto físico, incluso neurológico. La vejez no perdona y la salud hace tiempo que flaquea. Decía Platón que “teme a la vejez, pues nunca viene sola”.
El próximo día 22, es decir, el próximo sábado (los actos oficiales en el Congreso tendrán lugar el día anterior), se celebra el 50 aniversario de la monarquía en España. Una celebración especial que estará marcada por la ausencia del Rey Juan Carlos en el hemiciclo. No ha sido invitado y, además, coincide con la presentación de su libro de memorias, que no ha gustado nada al Rey Felipe VI, su hijo, cuyas relaciones están como el tiempo. Para apaciguar las cosas, la familia real tiene prevista una comida familiar a la que ha sido invitado, sin tener respuesta, que se sepa, hasta ahora. El rey, exiliado en Abu Dabi, no tiene buena salud; las imágenes lo dicen todo. ¡La vida se le está escapando a pasos agigantados! Claro que, con la edad que tiene, era previsible. Sí, pero no en estas condiciones, pues el dinero no llena la soledad y el desprecio que muchos españoles le dedican.
En el otro lado, Jordi Pujol, 95 años, el hombre que más poder tuvo en Catalunya en su etapa de presidente de la Generalitat de Catalunya y con mucha influencia en Madrid, con los distintos gobiernos de la época. Ahora, en su vejez, la poca ética y el descaro de sus hijos, que se han hecho millonarios por “ser más inteligentes” que el resto de los mortales gracias al cargo de su padre, que han sabido aprovechar con demasiada facilidad. Ahora, después de 10 años de instrucción, el próximo lunes día 24 de este mes se inicia el juicio, en el que está llamado a declarar el expresidente Pujol, cuya salud se ha ido deteriorando muy rápidamente. El sábado fue ingresado en una clínica que está delante mismo de su casa (Pujol compatibiliza la sanidad pública y privada), donde aún continúa siendo tratado. Los forenses han dicho que no está en condiciones de ir a Madrid y declarar. Pese a ello, para demostrar que no es “una treta”, comparecerá telemáticamente para que vean que es verdad. La imagen del Pujol actual lo dice todo. Seguro que, en las condiciones de salud y de edad en que se encuentra, no va a declarar; solo serán unas palabras para que todo el mundo vea que no está bien. Otra cosa muy distinta son sus hijos, que tendrán que declarar en este juicio que durará hasta mitad del próximo año, cuyo interés está garantizado. La imagen de la familia ha quedado tocada y borra la gestión de su padre, el expresidente Pujol.
El Rey Juan Carlos y el expresidente de la Generalitat de Catalunya, dos personas mayores que, en su vejez, han visto cómo todo lo que han hecho bien en sus años anteriores ahora ha quedado empañado por situaciones que nunca debieron haberse producido. El Rey, por sus deslices en lo económico y en lo personal, que una persona con responsabilidad no debe cometer. El expresidente, por “dejar” que su familia se beneficiara de su cargo y poder, con una desfachatez y avaricia fuera de lo común. Un ejemplo que no es digno de un gobernante de un país democrático.
El Rey Juan Carlos y el expresidente Pujol, dos personajes que están siendo cuestionados por unas actuaciones poco éticas, desafortunadas. Ahora bien, ¿esa situación tiene que tapar su legado en España, el Rey, y el de Pujol en una Catalunya que transformó? Los dos han hecho posible muchas cosas que no pueden ser olvidadas. La historia les reconocerá su trabajo cuando hayan pasado años. Ahora, los dos son mayores, enfermos y tienen derecho a morir dignamente: Pujol en su Catalunya, a la que ayudó a prosperar, y Juan Carlos a morir en España, el lugar es lo de menos. Hay que ser generosos y no vengativos. Decía el escritor y filósofo Michel de Montaigne que “Las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara”. Juan Carlos y Jordi Pujol, un final de vida triste.

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