En 1929, el año en que se disparó la Gran Depresión, el renombrado periodista Agustí Calvet (1887-1964), conocido como Gaziel, confesó en el diario El Sol, liberal y republicano, que era: “absoluta, profunda e indestructiblemente español”, y puntualizaba: “hijo de esas Españas que no son sólo meseta, ni Goya, ni Felipe II, ni inquisidores, ni otras realidades semejantes, sino todo eso y muchísimo más que no ha sido, no es ni será nunca nada de eso”. Ser español como una posibilidad abierta y no cerrada. Un año antes, Gaziel reclamaba saturarse de civismo y responsabilidad; sin otros dogmas y siempre desde el ideal democrático.
Nacido en Sant Feliu de Guixols, Gaziel entendía que España precisaba de un buen partido federal que reconociera las diversidades peninsulares y afirmase un solo Estado capaz de contenerlas. Declaraba que hay catalanidad sin catalanismo y que no todos los catalanes son catalanistas: “Cataluña es el árbol, la catalanidad es la savia, el catalanismo es el fruto circunstancial”.
En cuanto a la Historia, Gaziel la veía como la disciplina más atrasada, pedagógicamente hablando, de cuantas se transmitían a los jóvenes europeos. Por su influencia, suspiraba por un día en que las historias nacionales se enseñen en función de humanidad y universalidad, esto es: con verdad y sin tribalismo. Veía a los autores clásicos como predecesores que dan la medida de nuestra pequeñez.
Cultivador de un periodismo docente, Gaziel recogía un texto de Le Temps referido a Alsacia: “Hay que rechazar la concepción simplista según la cual los partidarios del bilingüismo son necesariamente malos patriotas, y sus adversarios, los únicos buenos y verdaderos”.
Gaziel creía que el hondo problema de España es un problema de hombres: “Más que reformas, lo que hace falta son hombres que las quieran de veras, las juzguen capaces de transformar al país y estén dispuestos a jugárselo todo por ellas”. Medio siglo después, y bajo la batuta de Adolfo Suárez, España consensuaría una gran Constitución.
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