BENDITOS INGLESES

La primera vez que visité el British Museum, andaba yo en la edad rebeldona, pasado el éxtasis por contemplar los tesoros arqueológicos allí conservados, salí del lugar renegando y maldiciendo el expolio que se había realizado en aquellos países donde aparecieron los restos del origen de la humanidad. Creo que llegué a firmar un manifiesto por la devolución de aquellas maravillas a los pueblos donde fueron encontradas.

La primera vez que visité el British Museum, andaba yo en la edad rebeldona, pasado el éxtasis por contemplar los tesoros arqueológicos allí conservados, salí del lugar renegando y maldiciendo el expolio que se había realizado en aquellos países donde aparecieron los restos del origen de la humanidad. Creo que llegué a firmar un manifiesto por la devolución de aquellas maravillas a los pueblos donde fueron encontradas.

Afortunadamente, ni el manifiesto ni mi modesta firma surtieron efecto alguno y las joyas siguieron expuestas en Londres.

El tiempo y el salvajismo de ese engendro que ha dado en llamarse Estados Islámico, cuya locura está destruyendo los restos de Nimrod y las piezas exhibidas en el Museo de Mosul, me han hecho recapacitar sobre aquella visita juvenil al British y bendecir a los ingleses que entraron a saco en los yacimientos y se llevaron hasta las toallas de los hoteles.

No hay nacionalismo que valga y hoy, peinando canas, creo que los vestigios culturales del mundo, sean de donde fueren, deben conservarse allá donde la humanidad pueda contemplarlos y no corran el riesgo de su destrucción por una punta de salvajes.

Si vuelvo al British, porque la edad y los posibles me lo permitan, al primer funcionario que me encuentre pediré perdón por aquella mala impresión juvenil y daré gracias por haber conservado lo que los nacionales de medio mundo hubieran destruido o pignorado.

¡Benditos sean los ingleses y aquellos pioneros que salvaron la historia rapiñando todo lo que encontraron!