El uso de la expresión 'to shoot oneself in the foot' (dispararse al propio pie) está extendido en la jerga política anglosajona. Como sucede con otras locuciones idiomáticas, no existe un único y exacto equivalente en español. Su significado está condicionado contextualmente y depende de la lógica situacional en donde se formula. Traducirla, por ejemplo, como 'tirar piedras a su propio tejado' se ajusta a la descripción de un acto contraproducente y con efectos pésimos para su ejecutor. Sin embargo, y con relación al panorama político en la España de los últimos tiempos, cabe incidir en otra acepción de la frase.
El uso de la expresión 'to shoot oneself in the foot' (dispararse al propio pie) está extendido en la jerga política anglosajona. Como sucede con otras locuciones idiomáticas, no existe un único y exacto equivalente en español. Su significado está condicionado contextualmente y depende de la lógica situacional en donde se formula. Traducirla, por ejemplo, como 'tirar piedras a su propio tejado' se ajusta a la descripción de un acto contraproducente y con efectos pésimos para su ejecutor. Sin embargo, y con relación al panorama político en la España de los últimos tiempos, cabe incidir en otra acepción de la frase.
Para evitar ir al campo de batalla, la autolesión ha sido en ocasiones el recurso puesto en práctica por conscriptos reclutados para combatir en las contiendas bélicas. En la genial novela de Jaroslav Has?k, el protagonista (el buen soldado ?vejk) recurre a su ingenio para, tras una larga peripecia a modo de anábasis, poder escaquearse de pegar tiros durante la Primera Guerra Mundial. En otras circunstancias personales --bien fuesen dramáticas o inconfesadas-- los soldados recurrían al tiro en piernas o pies para ser hospitalizados y rehuir así de su presencia en el frente. En política, 'pegarse un tiro en el pie' puede entenderse no sólo como la comisión de un error táctico, sino como una acción que soslaya acudir a la pugna electoral con auténticas ganas de competir. Así parecen ilustrarlo los acontecimientos recientes en los que se han visto involucradas formaciones nucleares de nuestro sistema de partidos: PP, PSOE e IU.
Quizá haya sido la decisión de la dirección federal del PSOE de suspender a la dirigencia de su organización en Madrid la que haya causado mayor revuelo. Tampoco ha dejado de sorprender la dimisión de la candidata de IU a la Comunidad de Madrid, por parecidos desencuentros orgánicos. A la hora de redactar estas líneas, el PP seguía deshojando su particular margarita para designar a su candidato/a a la alcaldía de Madrid. Ciertamente, la oferta de Esperanza Aguirre a liderar la candidatura popular al consistorio madrileño debería ser tomada en cuenta por su partido. Pero la gestión de dicha oferta también había adquirido modos de inefable autolesión política.
Como explicación de lo anterior, cabría aventurar la hipótesis de que los partidos antedichos han caído presa de su propio tacticismo en este año electoral. Las urgencias provocadas por los datos de las encuestas serían responsables --en no poca medida-- de movimientos apresurados y hasta atropellados. Lo contingente habría pasado a primar sobre lo estructural. No cabe extrañarse de que los ciudadanos desdeñen crecientemente 'viejas' propuestas de última hora carentes de credibilidad y consistencia. Como electores buscan en lo 'nuevo' algún asidero de esperanza contra el fingimiento y el engaño que, con tanta frecuencia y apariencia de verdad, se han propagado en las prácticas de algunos de los denominados 'políticos profesionales'. Estos últimos han hecho evidente lo que ya se sospechaba: cómo sus programas ocultaban agendas opacas y llevaban a efecto lo que sus palabras decían repudiar. Las denominadas tarjetas' black' son un ejemplo socrático de cómo ennegrecer la noble aspiración kantiana de vincular éticamente moral y política.
En realidad, y analizando los comportamientos aireados por los media en el caso Bankia, se puede encontrar el hilo a la madeja del pasado de despropósitos forjado por responsables y representantes partidarios. El afloramiento público de este escándalo ha contribuido a hacer visible a los españoles las malas prácticas de las actitudes cainitas, así como de la consolidación del chiringuismo político en el interior de los partidos establecidos. A menudo, dicho proceso ha camuflado con proclamas ideológicas lo que en sí mismo no era otra cosa que el despliegue de intereses personales o de actividades clientelares. Lamentablemente, lo que sucede en España no es algo tan singular como podría pensarse. En nuestro ámbito europeo se reproducen situaciones similares y el propio presidente del Tribunal de Cuentas italiano constató hace unos días que las irregularidades y la corrupción provocan unos 'efectos devastadores' en el país transalpino.
En la casuística de la corrupción política del Viejo Continente, dos tipos caben ser destacados como relevantes en nuestra discusión. El primero, de índole general, atañe a la financiación de los partidos y su insaciable voracidad para captar recursos con fines orgánicos y propagandísticos. El segundo, en clave interpretativa personal, ha venido conformado por los incentivos para asumir cargos institucionales --en los tres niveles central, autonómico y municipal en el caso de nuestra gobernanza multinivel española-- a fin de obtener prebendas mediante recalificaciones urbanísticas o de adjudicaciones de obras y servicios en concursos públicos, pongamos por caso.
Con carácter general, en nuestras sociedades (post) industriales el poder de emulación viene multiplicado por toda suerte de amplificadores comunicacionales. Es por ello que inconsistencias e impunidades encuentran un fértil campo de magnificación y difusión en los modernos medios de comunicación interpersonal y de masas. Las conductas personales y la privacidad se exhiben con un impudor hasta ahora desconocido. Sus efectos patológicos en las actitudes y creencias de las gentes son deletéreos. Al contrario de la virtus republicana de la vieja Roma, la valentía de gobernantes y emprendedores se manifiesta ahora en denostar lo público y en pavonearse de lo suntuariamente privado. Acosado por los modelos alternativos de la remercantilización anglo-norteamericano y el neoesclavismo asiático, el modelo social europeo se compadece malamente con los comportamientos de sus políticos y sostenedores. Estos últimos, como ejemplifica tristemente la imputación por proxenetismo del que ahora podría ser Presidente de la República francesa, afectan gravemente a la legitimidad de nuestra Europa social.
Resta confiar que las autolesiones partidarias no impidan a los ciudadanos españoles separar el grano de la paja de las propuestas políticas en la múltiple concurrencia electoral de este 2015. Pegarse tiros en los pies puede ser resultado de actuaciones espurias, bien sea por miedo o incapacidad manifiesta. Pero en modo alguno debe enmascarar la libre y democrática pugna electoral de sus actores principales.

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