Estos días en el que el calor aprieta y no es propio de la época -algunos lo llaman veranillo de San Miguel y aun queda el de San Martin-, el sentido común es reemplazado por el afán de notoriedad en el equipo de gobierno del ayuntamiento Colau & Pisarello. Este último, el cerebro y brazo ejecutor de las ideas más peregrinas que le pasan por la cabeza. Al susodicho se le ha ocurrido la brillante idea, para regocijo de su “colla de amiguitos”, de quitarle el nombre a la escultura que Juan Antonio Samaranch regaló al ayuntamiento de Barcelona. ¿Por qué? Sencillamente para generar controversia y así distraer el personal de lo mal que lo están haciendo al frente de la institución que debería ser de todos los barceloneses. Pero no es así. Bajo la acusación del pasado franquista, de Samaranch quieren tapar los logros conseguidos para Barcelona, Catalunya y España. Pero los hechos ahí están y nadie se los puede quitar, tapar o manipular.
Fue el presidente del COI más importante que ha tenido la institución deportiva, después del Barón de Coubertin. Fundador del olimpismo moderno, siempre será recordado por abrir los juegos a los profesionales y a la comercialización de los mismos. Y, nadie duda de su autoría en incorporar a los países del bloque comunista a los Juegos.
Sin Samaranch al frente del Comité Olímpico, Barcelona no hubiera albergado los juegos del 92 que, pese a los años transcurridos, todos recuerdan con cariño y satisfacción. Este acontecimiento deportivo sirvió para abrir la ciudad al mar; pues hasta esa fecha, mar y ciudad habían vivido de espaldas. La transformación de Barcelona fue espectacular y gracias a ello, la gente disfruta de una ciudad con infraestructuras y más agradable.
Mientras que en Catalunya, Pisarello, Colau y compañía lo ocultan, en otros países como China la adoración que sienten por él es tal que cualquiera que quiera abrirse paso en ese país, solo tiene que utilizar su nombre para que las puertas se le abran. Además, en el 2013 abrieron el Museo José Antonio Samaranch, en la ciudad de Tianjin, al norte del país.
Su trabajo ha sido reconocido por la mayoría de países del mundo y las condecoraciones recibidas por su buen hacer son tantas y diversas que tendríamos para llenar varias páginas. Por ello, contar con un personaje como él debería ser motivo de satisfacción y no de desprecio. La historia es la que es, nadie la puede cambiar, intentar quitarlo todo, arrasarlo y borrar del mapa lo que a unos no les interesa es de una insensatez absurda. Lo que sí que hay que evitar es que las dictaduras se repitan, pero nadie puede ocultar que el pasado, nos guste o no, es parte de nuestra historia individual y colectiva.
Si el equipo de gobierno se dedicara a gobernar y a priorizar las cosas importantes y no se quedaran en quitar bustos, cambiar nombres de salas, calles y edificios, otro gallo cantaría.
Barcelona, Catalunya, están en deuda con Samaranch, le guste o no a unos cuantos y algún día alguien tendrá la valentía de reconocérselo. Todos tienen miedo a decir en público lo que comentan en privado. Hay que ser justos con los hechos y las personas. El silencio siempre es cómplice. Decía Quevedo que “el que quiere de esta vida todas las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos”.
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