Toda revolución tecnológica tiene un fuerte carácter disruptivo. Recordemos que la Revolución Industrial, en sus fases sucesivas, nos legó avances como el ferrocarril o la iluminación eléctrica de las calles, entre otras muchas aportaciones a la calidad de vida, pero no olvidemos que también supuso la explotación de la mano de obra en las fábricas y talleres, su hacinamiento en condiciones de vida insalubres, y en suma, el traslado de la división social estamental rural tradicional del Antiguo Régimen al medio urbano, bajo la égida del incipiente capitalismo. El maquinismo supuso entonces el desplazamiento del trabajador manual y su condena al desempleo o al subempleo.
Es cierto que entonces se produjo un paso adelante sin precedentes en la historia de la humanidad, pero también hay que reconocer que el sacrificio humano y el dolor que generó no pueden obviarse. En la actualidad parece ocurrir algo parecido: una revolución digital que nos ha dejado la interconexión del mundo a través de redes, que nos ha metido en el bolsillo los teléfonos móviles, pero cuyo nuevo paradigma socioeconómico está implicando abandonar en la cuneta a una proporción importante de la mano de obra, generando altas tasas de desempleados.
Muy gráficamente, la revista The Economist definía el fenómeno como “riqueza sin trabajadores, trabajadores sin riqueza” (“wealth without workers, workers without wealth”). No se trata de un mero juego de palabras; estamos ante un modelo económico emergente intensivamente tecnológico que requiere de muchísima menos mano de obra para generar valor añadido.
Este esquema beneficia a aquellos muy formados que tienen trabajos muy especializados en profesiones relacionadas con la alta tecnología y deja de lado a todos aquellos trabajadores de baja formación y trabajos poco especializados, cuyos perfiles laborales pueden ser sustituidos –total o parcialmente- por máquinas. De acuerdo con The Economist, en los próximos años este proceso disruptivo se extenderá más si cabe, principalmente por tres razones:
El nuevo mundo en el que nos adentramos trae consigo un aumento de la desigualdad y divisiones sociales importantes: entre las rentas del capital y las del trabajo, cuya distribución se inclina desproporcionadamente hacia el primero, y entre los trabajadores altamente cualificados y los que no lo están. Ciertamente, la promesa de que la tecnología mejorará nuestras condiciones de vida no se está cumpliendo, al menos por ahora.
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