Al lado del gobierno del Frente Popular el 30 de Julio de 1936, las firmas de María Zambrano, José Bergamín, Ramón Gómez de la Serna y como no, el poeta de los placeres prohibidos Luis Cernuda. 1936 le marcó el alma y 1939 le desterró de todo.
Luis Cernuda, nacido en la época del Jazz y desaparecido en la era de los Beatles. Exiliado sempiterno, se calzo alpargata de miliciano como si fueran dos Rocinantes, un máuser a forma de lanza y quiso sepultar de bala en las cumbres del Guadarrama a las tropas de Franco. Se quedó en el agua andada de cielo y nube y bajo hecho un poeta vencido para siempre de los picos de la meseta central.
Preocupado del tiempo y las heridas que va creando en nuestras vidas. En la España cuartelera, se decía de él que no tenía respeto por lo tradicional de la nación, prefería la verdad a lo mundano. Titulo de fanático extraordinario a Menéndez Pidal, por su poesía mágica de una patria pasada que se inventó. Miguel de Unamuno, le resultaba un triste del norte que nunca podría entender el sur alegre de Andalucía. Valle Inclán, Santa Teresa de Jesús reaparecida en hombre y dramaturgo, el insobornable de la península ibérica. Las comedias de los Álvarez Quintero le parecían el país que le expulsó, Cervantes un jocoso a contracorriente de la literatura pesarosa española. Rechazaba a Goethe y la seriedad alemana y estaba más cerca de Francia y su inercia a mundializar a sus poetas desde Charles Baudelaire.
En 1963 y por escrito, Cernuda tuvo tras su adiós al vivir algún homenaje discreto en su tierra del Río Guadalquivir. Hoy cinco décadas posteriores, nos queda un poeta abandonado y sus poemas de papel deportados a versos anónimos para la mayoría silenciosa. Con un Febrero que miraba a Teruel en donde se mataban la república y Franco, Luis Cernuda parte de Catalunya por vía de Tren con destino a París, aquí nos dejó sus libros y se marchó el hombre.
Tras 50 años regresa, porque un poeta no muere, solo se ausenta hasta que alguien le lee.
Eduardo Andradas
Poeta e Investigador Histórico.

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