Pongo la radio y allí está Marhuenda; tengo la certeza que, tan pronto acabe esta tertulia radiofónica, estará en un programa de televisión mañanero; luego en otro al filo del mediodía. Por la tarde descansa, pero, tan pronto el sol se ponga, volveré a encontrarle en un canal distinto.
De la monja de Ágreda, que aconsejó a Felipe IV en los últimos años de su reinado, se decía que tenía la facultad de estar en dos sitios a la vez; Marhueda la supera; lo suyo no es bilocación, sería, en todo caso, "trilocación" si tal palabro existiera.
Como Gary Cooper, gusta el director de La Razón de defender lo que piensa y lo que cree completamente solo ante el peligro; rodeado de antagonistas que gritan y se retuercen de placer con las últimas noticias que, gota a gota, va sacando Pedro J. sobre Bárcenas, Marhuenda no se altera o se altera poco y, cuando le dejan, suelta sus argumentos.
Confieso mi fascinación por Marhuenda; puedo no estar de acuerdo con sus pensamientos, pero, en estos tiempos de "donjulianismo" y cuchillada bajera, Marhuenda, además de un trabajador incansable, es un tesoro de fidelidad a sus amigos y a sus ideas.
Uno quisiera haber tenido en la vida un amigo como Marhuenda y la única pega que se me ocurre se resume en la frase del viejo cuento del judío moribundo que, rodeado de hijos en su lecho de muerte, levanta la cabeza y pregunta ¿Quién hay en la tienda?
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