Parafraseo, con todo respeto y unción, el título de Miura, en quien tanto admiro, para echar cuarto a espadas a favor del Tribunal de Cuentas que constituye un monumento, una oda, una epístola moral de amor a la familia en tiempos monoparentales y gaseosos.
Parafraseo, con todo respeto y unción, el título de Miura, en quien tanto admiro, para echar cuarto a espadas a favor del Tribunal de Cuentas que constituye un monumento, una oda, una epístola moral de amor a la familia en tiempos monoparentales y gaseosos.
¿Quién mejor que un sobrino, una esposa, un cuñado o un amigo de la infancia para acompañar a los miembros del tribunal en la procelosa aventura de vigilar por donde se van los ríos de nuestro dinero? ¿Vamos a dejar tan delicada misión en manos de extraños que vaya usted a saber cómo y por donde salen?
Un extraño, ya se sabe, por muy capacitado que esté, tendrá la tentación de destapar asuntos que no convenga para la paz social; igual puede darle por resolver en tiempo y forma las anomalías financieras de este o aquel municipio o aquella diputación e incluso, puesto a hacer daño, mostrar al desnudo las contabilidades de algún partido político. ¿Alguien se ha parado a pensar el dolor que causaría tal temeridad?
Un cuñado, un sobrino, una amante esposa, preguntarán prudentemente a su mentor antes de dejar con las vergüenzas al aire a quien tiene a bien mantener generosamente la institución, dotarla de un porrón de millones y permitir que sus dictámenes tarden los años necesarios como para que, cualquier anomalía, haya prescrito.
Colóquese en la puerta del Tribunal, que está frente por frente a la puerta de Churriguera, una estatua a Nepote, diosecillo protector de la extraña familia.
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