El Tratado de Utrecht, que puso fin a la guerra de sucesión hispana, reconocía a los ingleses el llamado "navío de permiso" que era un eufemismo con el que se denominaba la trata de esclavos que se vendían en América. En estos tiempos convulsos que vivimos se sigue traficando con personas, ora de modo tan brutal como en el siglo XVIII o con métodos más sutiles y camuflados.
El Tratado de Utrecht, que puso fin a la guerra de sucesión hispana, reconocía a los ingleses el llamado "navío de permiso" que era un eufemismo con el que se denominaba la trata de esclavos que se vendían en América. En estos tiempos convulsos que vivimos se sigue traficando con personas, ora de modo tan brutal como en el siglo XVIII o con métodos más sutiles y camuflados.
No ha muchos días, pagaba el tal Zuckerberg una porrada de millones por comprar el "guasap", el último invento de los tiempos modernos y al que cuentan enganchados cientos de millones de humanos.
"Feisbuk", "Tuiter", "Guasap"; todos, blancos y negros, hemos caído en sus "redes" que se apellidan sociales para quitar hierro al negociazo que se esconde detrás a juzgar por las asombrosas cantidades que dicen valer. Las tres "redes" son gratis y uno se apunta embobado por la gratuidad; las tres requieren para mantener su tinglado fortísimas inversiones y gastos. ¿Si no venden nada, de donde coño salen tantos beneficios y tantas plusvalías?
Como el "navío de permiso" venden personas; nosotros somos la mercancía; nuestras direcciones, nuestros gustos, nuestras virtudes y nuestras torpezas, nuestras debilidades, nuestros sueños, nuestras almas, en fin, son ofrecidas al mejor postor. Caídos en las "redes" de estos novísimos tratantes ignoramos el destino que nos aguarda en la travesía de la vida.
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