Activos y pasivos, andamos de celebración del aniversario radiofónico. A los primeros supongo felices por gozar de un trabajo que nunca me pareció tal y que me mantuvo perplejo toda mi vida porque me pagaran por algo tan divertido. Los segundos seguimos mirando el invento con nostalgia y gozando de su compañía permanente; ni las nuevas tecnologías, ni, por supuesto, la televisión han desplazado en mis preferencias a la radio que me acompaña desde el alba hasta el sueño.
Activos y pasivos, andamos de celebración del aniversario radiofónico. A los primeros supongo felices por gozar de un trabajo que nunca me pareció tal y que me mantuvo perplejo toda mi vida porque me pagaran por algo tan divertido. Los segundos seguimos mirando el invento con nostalgia y gozando de su compañía permanente; ni las nuevas tecnologías, ni, por supuesto, la televisión han desplazado en mis preferencias a la radio que me acompaña desde el alba hasta el sueño.
Por estos días, tengo un encuentro con un joven que, afortunadamente, goza de un lugar en las ondas y me da una charla sobre la radio moderna y la que hicimos en aquellos tiempos distantes. Escucho con atención la lección y me vuelvo a mi cubil reflexionando sobre lo tratado.
Ya en soledad, no puedo evitar el recuerdo de un maestro, un sabio de la cosa que decía: "No hay radio antigua ni moderna; solo hay radio buena y radio mala".
Y mientras recuerdo con afecto a Martín Blanco, en mi receptor se emite una sección dedicada a animar a los oyentes a ver una nueva serie americana que emite la televisión lo cual que debe ser cosa de la radio moderna eso de enviar al escuchante a apagar el receptor e irse a ver la tele. En aquellos tiempos de Tomás, este emocionado comunicador que canta la excelencias de la tele en la radio, hubiera sido apartado del micrófono sobre la marcha. Pero, claro, esa reacción abrupta contra el traidor al medio debe pertenecer a los tiempos de la radio antigua.
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