Por lo excepcional, siento fascinación por quienes dimiten de lo que sea aunque no tenga el gusto de conocer a los dimisionarios que constituyen una "rara avis". Cual entomólogo, ante la aparición de una especie nueva de insecto, procedo a observar el ejemplar con delectación y me intereso por su biografía.
Por lo excepcional, siento fascinación por quienes dimiten de lo que sea aunque no tenga el gusto de conocer a los dimisionarios que constituyen una "rara avis". Cual entomólogo, ante la aparición de una especie nueva de insecto, procedo a observar el ejemplar con delectación y me intereso por su biografía.
Parece ser que Santiago Abascal era un destacado miembro del Partido Popular en el País Vasco y ha resultado portada de campanillas por salir de la formación manifestando su desacuerdo con la política del Gobierno. Ayer fue protagonista en muchos medios cuya estampida juzgaron con diferente criterio los cercanos y los lejanos al PP. Digamos, en términos taurinos, que hubo división de opiniones pero, a favor o en contra de la decisión, se pronunciaron casi todos.
Me traen al fresco las pendencias internas del PP y con la misma indiferencia observo las del PSOE; debe ser la edad que da distancia sobre acontecimientos que, pasado el tiempo, acaban por ser absolutamente triviales. Pero una dimisión, venga de donde venga, es trébol de cuatro hojas digno de enmarcar.
Dispuesto a lanzar un mensaje de admiración hacia el dimisionario mi cántico se queda en suspenso cuando descubro que, en lugar de engrosar las listas del INEM, el discrepante seguirá gozando de ingresos magros por regentar una fundación que, seguramente sin ánimo de lucro, le produce una pasta digna de ministro, banquero u otras especies bien remuneradas.
Así, cualquiera.
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